César Blanco, Amor a la fe, 2012, mixta sobre tela, 120 x 100 cm |
César Blanco
La obra de Blanco, desde hace
mucho, se centra en la figura arquetípica de la Madre: fecundación, gestación,
alumbramiento, nutrición física y emocional, figura del misterio primero y último
del hombre. Aunque, más exactamente, podríamos aseverar que sus cuadros
desarrollan las relaciones Madre-Hijo. De allí la importancia del símbolo de
los cordones umbilicales que entran y salen de los grandes óvulos rojos que
caracterizan su trabajo plástico. El centro compositivo es, sin duda, la Madre
gruesa y desnuda en el centro del plano superior. Los hijos la rodean, incluso
la abrazan, formando una masa total, una unidad semántica. Y es que su cuadros
suelen girar en torno a las relaciones de dependencia entre el Hijo y su Madre,
recordando los imaginarios matriarcales antiguos en los que la vida en su
totalidad era gobernada por la Gran Diosa, y en los que las figuras masculinas
sólo eran sus simples auxiliares. La presencia radical del rojo refuerza el
sentido vitalista del tópico. Ahora bien, la actitud pasiva de las figuras, el
empleo inquietante del violeta, en espacial cuando se quiebra con negro, y el
carácter agujereado de los óvulos parecen establecer un estatuto ambiguo en
torno a la Madre, la cual no es sólo fuente de vida y sino también de muerte,
de placer y de dolor, de generación y de descomposición (véase la asimilación
del cordón umbilical a la figura del gusano). Estas fuerzas ambitendentes
parecen reforzarse con la conformación del plano inferior, en el que se aprecia
un conjunto de hojas. Así, dicho plano ancla a la Madre en la tierra
subterránea (mundo ctónico). Consecuentemente, la tierra es, de modo análogo,
también fuente de vida y símbolo de los mundos inferiores y funerarios.
Escrito por: Alejandro Useche
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