28 de enero de 2013

César Blanco, Amor a la fe, 2012, 7.º edición

César Blanco, Amor a la fe, 2012, mixta sobre tela, 120 x 100 cm



César Blanco

       La obra de Blanco, desde hace mucho, se centra en la figura arquetípica de la Madre: fecundación, gestación, alumbramiento, nutrición física y emocional, figura del misterio primero y último del hombre. Aunque, más exactamente, podríamos aseverar que sus cuadros desarrollan las relaciones Madre-Hijo. De allí la importancia del símbolo de los cordones umbilicales que entran y salen de los grandes óvulos rojos que caracterizan su trabajo plástico. El centro compositivo es, sin duda, la Madre gruesa y desnuda en el centro del plano superior. Los hijos la rodean, incluso la abrazan, formando una masa total, una unidad semántica. Y es que su cuadros suelen girar en torno a las relaciones de dependencia entre el Hijo y su Madre, recordando los imaginarios matriarcales antiguos en los que la vida en su totalidad era gobernada por la Gran Diosa, y en los que las figuras masculinas sólo eran sus simples auxiliares. La presencia radical del rojo refuerza el sentido vitalista del tópico. Ahora bien, la actitud pasiva de las figuras, el empleo inquietante del violeta, en espacial cuando se quiebra con negro, y el carácter agujereado de los óvulos parecen establecer un estatuto ambiguo en torno a la Madre, la cual no es sólo fuente de vida y sino también de muerte, de placer y de dolor, de generación y de descomposición (véase la asimilación del cordón umbilical a la figura del gusano). Estas fuerzas ambitendentes parecen reforzarse con la conformación del plano inferior, en el que se aprecia un conjunto de hojas. Así, dicho plano ancla a la Madre en la tierra subterránea (mundo ctónico). Consecuentemente, la tierra es, de modo análogo, también fuente de vida y símbolo de los mundos inferiores y funerarios.


Escrito por: Alejandro Useche 

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